¿Alguna vez te has preguntado qué pasa en el cerebro de un niño cuando aprende algo nuevo?
Imagina el cerebro de un niño como un universo en expansión, lleno de estrellas que se conectan a toda velocidad. Cada juego, cada reto, cada “¡eureka!” crea nuevas conexiones neuronales, especialmente en los primeros 8 años de vida, cuando la plasticidad del cerebro está en su máximo esplendor. La neurociencia nos lo confirma: en esta etapa, los niños absorben aprendizajes como esponjas, formando caminos mentales que definirán cómo enfrentan el mundo. Entonces, ¿qué habilidades deberíamos fomentar en este momento tan crucial?
Aquí entra en escena el pensamiento computacional, una herramienta poderosa que va mucho más allá de programar robots o escribir código. Se trata de enseñar a los niños a pensar de manera lógica, creativa y estructurada, habilidades que les servirán para toda la vida. Pero, ¿cómo logramos que esto ocurra? La respuesta está en hacer del aprendizaje una aventura significativa, y la robótica es una aliada perfecta para ello.
Cuando un niño juega con robótica, no solo se divierte: su cerebro está trabajando a mil por hora. Aprende a dividir problemas grandes en pedacitos manejables, a identificar patrones, a crear secuencias lógicas (¡hola, algoritmos!) y a experimentar con la prueba y error. Cada vez que intenta, falla y lo intenta de nuevo, su cerebro fortalece conexiones neuronales, creando una base sólida para resolver problemas no solo en tecnología, sino en cualquier área de la vida.
La neurociencia nos da otra pista clave: las experiencias significativas son las que más impacto tienen en el cerebro. Cuando un niño programa un robot para que esquive obstáculos o diseña una secuencia para resolver un desafío, no solo aprende conceptos técnicos, sino que desarrolla confianza, creatividad y resiliencia. Enseñar pensamiento computacional desde temprana edad no es formar programadores en masa (aunque, quién sabe, ¡quizás inspire a algunos!). Es darles a los niños un kit de herramientas mentales para enfrentar un mundo que cambia a la velocidad de la luz.
¿Por qué es tan importante empezar temprano? Porque el cerebro infantil es fácil de moldear y está listo para adoptar nuevas formas. Cada experiencia que les ofrecemos es una oportunidad para crear conexiones más fuertes y flexibles. Enseñarles a pensar como “computadores humanos” —con lógica, creatividad y perseverancia— es como regalarles un mapa para navegar el futuro con confianza.